Textos: Pablo Bove y Guillermo Castro Fotografías: Pablo Bove
El estado ausente
Los Talleres de Villa Luro, una metáfora de la Argentina.
Los talleres ferroviarios de Villa Luro nacieron para brindar de servicio de mantenimiento, reparación a la línea férrea del oeste, la que luego, durante el gobierno del presidente Perón se convertiría en el Ferrocarril Sarmiento, uno de los más populosos de los que se dirigen a la ciudad de Buenos Aires.
Parte de su predio de 32 hectáreas está ocupado por 18 edificios de estilo inglés, tales como los del hoy elitista y más novel barrio de la ciudad: Puerto Madero. No en vano esta presencia señala la magnitud de la labor que allí se realizaba. Unos 5000 trabajadores asistían diariamente a lo que fuera en tiempos de pujanza, un lugar orgullosamente emblemático para la ciudad y la nación. Argentina fue el primer país de Sudamérica en desarrollo de las vías férreas, alcanzando unos 100000 kilómetros, la octava en extensión del planeta. Pero el ferrocarril siempre ha sido territorio de disputa política e ideológica. Con el paso del tiempo, de los distintos gobiernos democráticos y de factos, de los negociados infames y la corrupción parásita, las líneas férreas fueron desecadas a menos de la mitad de su extensión total. Esas vías que
alimentaban, como las arterias, la circulación del país fueron cercenadas y miles de pequeños poblados condenados a la inanición y la muerte. La estocada final fue dada en la década de los 90 durante el gobierno neo-liberal del presidente Carlos Menem. Tras la privatización, el abandono, el vaciamiento y la desinversion se agudizaron dejando al descubierto un sistema ineficiente y peligroso. Esto último reflejado en los trágicos accidentes de las estaciones Flores, Castelar o el más recordado de Once donde perdieron la vida 51 pasajeros y más 700 resultaron heridos. Estos talleres de Villa Luro permanecen como un lugar obsoleto, desafectados de la actividad, privados de futuro; resistiendo como parte de la identidad de la memoria de un
barrio y su ciudad. Una decena de trabajadores sostienen los restos del lugar que como un sitio arqueológico habla de su pasado.
Declarados Área de Protección Histórica por la legislatura de la ciudad de Buenos Aires no ha dejado de ser un espacio de codicia y de disputa entre los intereses inmobiliarios y los vecinos; un territorio para la identidad y la memoria o para perpetuar los procesos de gentrificación que se marcan el ritmo de todas las capitales del mundo. Este documento fotográfico es una mirada al pasado a través de sus cicatrices. Cada imagen es una huella en la conciencia que se resiste a ser borrada. Muestra un espacio de ilusiones, de promesas desvanecidas y despilfarro, que a la luz del presente nos interpela y
donde solo nuestros ojos pondrán justicia.
Guillermo Castro
Su voz es resistencia
El primer día que visité los talleres del Ferrocarril Sarmiento en Villa Luro me ganó el asombro. La luz que bajaba a través del esqueleto de los techos revelaba un mundo onírico.
Quería tomar registro de todo, pasar, como un niño, días enteros descubriendo tesoros.
Con las siguientes visitas esa niebla de emociones fue pasando. Pronto comencé a hacerle fotos a los trabajadores, a escuchar sus historias, a charlar con ellos. Así fue tomando fuerza esa cuestión de la que había oído hablar: el sentido de pertenencia.
Lo encontré en todas las voces, en la de los más antiguos y en la de los jóvenes. Como una membresía de honor, lo defendían y respetaban.
Compartimos almuerzos, sobremesas, los acompañé en su lucha eterna, siempre contra los poderes de turno ensañados con los trabajadores y contra un sistema de transporte, que en todo el mundo funciona y nos despierta admiración.
Abandono, desidia, despojo, vaciamiento, los despidos; cualquier forma para nombrar la desolación le va bien. Lo que quedó, o mejor dicho, lo que dejaron del proyecto de los años dorados, la ausencia . De eso se trata este trabajo, de la ausencia: la de El Estado.
La foto de los trabajadores se va esfumando como en las películas donde el protagonista viaja a través del tiempo y modifica todo.
Esa sensación de mundo onírico que tuve al principio no fue una casualidad. Ese mundo existió, con cientos de obreros orgullosos de su trabajo.
Tal vez aun en estos talleres se pueda escuchar un eco del sonido de las maquinarias y las carcajadas de los ferroviarios a la hora del almuerzo. Ese eco es la memoria y la voz de los que todavía resisten.
Guillermo Castro/Pablo Bove