Texto y fotografias: Paola Olari Ugrotte y Fernando Minnicelli

El pago chico siempre está en el corazón. Se lo trae con el recuerdo, con la música, con lxs paisanxs.

El pago chico de quienes nacieron en Corrientes, Chaco, Formosa y el resto del litoral tiene un lugar también en el Salón de la Alegría.

Héctor Ramírez es el anfitrión del local ubicado en Vicente López, a escasos metros de San Martin. La alegría no está solo en el nombre. La alegría es la premisa para acercarse a disfrutar de la música, de la comida y alguna excusa más.

Las personas llegan desde temprano aunque el horario formal es a las 12 del mediodía. Las primeras 100 entradas que se venden tienen incluido el almuerzo. La parrilla a cargo de Rómulo garantiza una buena porción de pollo o pechito de cerdo y se acompaña con ensalada, pero lxs comenzales deben traer sus cubiertos, así que abundan las canastas y manteles hogareños.

Hay familias, hay parejas, hay pretendientes. Todo el mundo va vestido para la ocasión. Algunxs visten las mejores pilchas de domingo, otrxs su traje gaucho. Los tacos altos, las alpargatas y las botas se mezclan en la pista de baldozas sin chocarse.

Cada cual mantiene el ritmo a su ritmo, pero todxs respetan el tradicional sentido en contra de las agujas del reloj que convierte el espacio en un torbellino de chamamé que da gusto mirar, aunque unx no sepa los pasos.

Porque la música es chamamé casi todo el tiempo, grabado y luego en vivo, con la sola interrupción en medio de la tarde de una tanda de zamba, chacarera y cumbia, como para amenizar nomás.

Unos cuatro conjuntos desfilan por el escenario cada vez. Con sus trajes en composé, con sus instrumentos y la prisa que los lleva a la otra punta del conurbano para seguir el tour de cada fin de semana. Las fans son mujeres que gritan sapucais y vivan a los artistas con entusiasmo. Las letras hablan de amor, de la tierra querida y de la vida misma. Nunca falta un bandoneón y a veces sobra un vinito.

La fiesta dominguera lleva 17 años. En el 2001 Héctor se animó a emprender el salón con amigos y parte de su familia colaborando en la logística. Su mujer forma parte de la cocina, su hija cobra la entrada y conocidxs se encargan de armar y desarmar las mesas, cargar las bebidas, etc. Todo el ambiente es de calidez, da placer estar, como en casa.

La previa se vive desde la radio. Héctor hace un programa los sábados a la tarde junto al locutor Carlitos Coronel en la AM Nacional Folclórica. Es un referente de la movida chamamecera con justa causa. Hace casi 50 años que dejó su pueblo natal en Corrientes y se vino a Buenos Aires a probar suerte. Comenzó vendiendo lapiceras en los colectivos y en el tren, pero luego trabajó en el Mercado Central y desde allí se dedicó a la verdulería. Hoy sigue viviendo de eso pero no se olvida de su origen y por eso sostiene con cariño el salón.

En un rincón el Gauchito Gil tiene su altar. El rojo está siempre presente para recordar la sangre y la tierra. Desde allí se divisa el baile que es continuo y alegre. Lxs habitúes se mezclan con quienes aparecen por primera vez maravilladxs con el hallazgo.

Cuando el domingo pide volver a casa para ordenar las cosas antes de que arranque la semana la fiesta va terminando. Se escucha el último chamamé, se baila la última pieza con la compañía de ocasión o con la de toda la vida. Se va levantando la mano saludando a lxs que se quedan un rato más; se van juntando las sillas, se va despidiendo el pago chico para volver al afuera un poco hostil de Buenos Aires, pero con la esperanza del próximo domingo y el encuentro asegurado.