Texto y fotografías: Alejandro Osuna
“Barrio Profundo” Un ambiente lleno de imágenes, me adentro en el barrio, en el gesto de las personas, a veces dramáticos, otros festivos, pero siempre gestos llenos de historia de vida. ¿Por qué siendo ellos los que más lo necesitan nunca lo tienen?. La pobreza y el arte se han reunido infinitas veces a lo largo de la historia e incontables artistas de todo tipo han encontrado allí la belleza donde otros han creído que lo que se estaba haciendo era denunciarla. La belleza también crece en un mundo desigual. Es histórico este tema; muchos le dan vuelta la cara. Es bíblico ese giro y también cierto. Más allá de promover la compasión. Entre inocente y críticamente hablo de mi Barrio como “el mejor del mundo”. Un barrio de Concepción del Uruguay, Entre Ríos, que pocos conocen…, y que es escenario o tópico de mi fotografía de índole socio-documental. Por eso dando un salto al presente la pobreza aparece hoy representada en diversas vertientes artísticas; en ese barrio como en otros, la creatividad florece ligada a la supervivencia, en el despojamiento o ese otro deshojarse. Ayer ante decisiones inesperadas comprobamos que una imagen puede ser más poderosa que un porcentaje. Cuando ya se han gastado los argumentos que apelan a la razón hay que buscar otros, los que afectan a las emociones. Por eso puedo alegrarme o asombrarme cuando le seleccionan o no le seleccionan una de sus fotografías. La que a veces corre el riesgo de no quererse ver… Porque obra como espejo y multiplica como quería Borges. Y a veces, muchas veces, queremos hacer invisible. Decir de sus retratos es detenerse en aquellos que saben de esa infancia que apela a la naturaleza o “a crecer demasiado rápido” o en esos personajes que se balancean en esa línea que separa o nos aproxima al claroscuro. Que apela a otra desnudez cuyo cuerpo como otra pared, chapa o cartón disimula un grafiti que supone una otra declaración, de pertenencia o de gratificación. Más allá de la precariedad. A veces la mañana se nos desinfla como una pelota, se tiende como la ropa y refriega el aire o se extiende en el eco del canto de un gallo o reverdece como las hojas de un árbol o las plumas de un loro o queda colgada de un alambrado que separa furores. A veces la mañana se abraza a la cotidianeidad y nos encuentra próximos al latido de todos los días… Insisto…, a veces la mañana le inventa al cuerpo de esta realidad un tatuaje de luz más allá de los de oscurísima tinta que exhibe. La fotografía permite particularmente que este barrio no se pierda a la vez que vaya mostrando sus diferentes rostros; ese reciclarse diariamente, retroalimentarse, yuxtaponerse, reemplazarse. Mostrar las orillas es a veces como sostenerse en el pasado, como estar detenido “en mis calles de tierra y aún en mis juegos de niño”, esos que son tradición y se enfrentan a la tecnología que acá escasea. Hay una bolilla, un rulemán, un barrilete, una pelota de trapo, un ave y su vuelo y los sueños. Por eso su valor testimonial prontamente es excedido por el artístico, dado que el primero es condición quizás necesaria pero jamás suficiente para la materialización de aquella.